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Mostrando entradas de diciembre, 2010

¿Te vas?

¿Te vas? ¿Te vas? ¿Y me dejás? Está bien. Andá. Andate nomás. ¿Qué te pensás, qué soy chirusa? ¿Que podés picártelas? ¿Mandarte a mudar así como así? ¿Por qué? ¿Hay otra? ¿Tal vez? ¿Quizás? ¿Otra que te consuela y que me deja acá, consolando yo al sillón que está vacío de ahí atrás? Ay, ay... Bueno, está bien. Andá... Pero después no vengas... no me vengas... Está bien. Andá... andá... Total, yo ando con ganas de quedarme acá, y parece que hay lugar, me puedo echar, tirar, rumiar como un gato o mugir como una vaca sentada en el sofá. Total vos ya no estás, ya no me importás. Volviste, volviste... Roberto, estás acá. No sabés las ganas que tenía... De pegarte un sopapo ¿Por qué te fuiste? Decí. Hablá. Vamos, contá... O mejor, no. esperá... ¿Querés saber? ¿Querés saber qué hice este tiempo con Alberto? ¿Querés saberlo todo? Bueno, tomá... Él me refugió de la soledad que me abarcaba por completo, ¿sabés Roberto? “El que l

Formas

Me gana el cansancio, la fatiga cerca mi conciencia y el desvelo. Más lo mío es insistencia, aún en sueños quisiera concretar una respuesta. Así, rastreo tu presencia cuando no la tengo. ¿Es que de veras en algún momento estuviste ausente ? Aún en la distancia te cargué estos días en mi vientre. Quise arrancarte, deshilacharte un poco, quitarle tinta a tus palabras, eliminar del cuerpo toda posibilidad de recuerdo, algo, algo... Y para eso prendí fuego... ... que me recordó tus formas ataviadas y desnudas, todas. Sometiéndome al entierro, me perdí en ese universo olvidando por completo todo. Lo olvidé todo, pobre fuego. Culpable, capaz de darme muerte, tu arma es tu presencia. Con horror descubrí quien eras. Y me quedé dormida. O desperté. El sudor me obligó a elegir que no sos fuego. Pero no pude. Habías quedado sellado. (Al lado mío, en un papelito, yacen todas tus palabras. No tengo voluntad ni fuerza de pedirles silencio. Tampoco quiero.)

Carta de una sola noche

El individuo se acercó y las fulminó a su antojo. Haciendo que su esencia -lo que les daba existencia- se esfumara. Aún quemándome la espalda, logró que no volviera a la vigilia y me quitó las alas. No preguntes quién cuando tuyo es el yerro y el delito; fue una culpa que vino después de la otra culpa, la primera, la de todo esto originaria. Porque antes de llevártelas y hurtarlas, las concebiste tal y cómo querías verlas; atreviendo a generar de mí un punto cardinal allí en tu mapa. Sólo entonces te atreviste a esculpir un diminuto remolino (especulo, pero eso pudo haber pasado). Fuiste vos el que, arrancándolas, creó huecos en mi espalda para que después las alas mueran. ¿Cómo podría estar ahora?, ¿infeliz, desesperada?, ¿perdiendo la cronología, sin saber si es cierto lo pasado? Al mezclar el tiempo, y al poder dejar sellado entre mis labios y piernas, el fin de la memoria y la cordura ¿cómo podría estar esta noche? (se me ocurre que tal vez regocijada). Lo que anunciaron mis manos