Carta de una sola noche

El individuo se acercó y las fulminó a su antojo.
Haciendo que su esencia -lo que les daba existencia- se esfumara.
Aún quemándome la espalda,
logró que no volviera a la vigilia y me quitó las alas.

No preguntes quién cuando tuyo es el yerro y el delito;
fue una culpa que vino después de la otra culpa,
la primera, la de todo esto originaria.
Porque antes de llevártelas y hurtarlas,
las concebiste tal y cómo querías verlas;
atreviendo a generar de mí
un punto cardinal allí en tu mapa.

Sólo entonces te atreviste a esculpir un diminuto remolino
(especulo, pero eso pudo haber pasado).
Fuiste vos el que, arrancándolas, creó huecos en mi espalda
para que después las alas mueran.

¿Cómo podría estar ahora?, ¿infeliz, desesperada?,
¿perdiendo la cronología, sin saber si es cierto lo pasado?
Al mezclar el tiempo, y al poder dejar sellado
entre mis labios y piernas,
el fin de la memoria y la cordura
¿cómo podría estar esta noche?
(se me ocurre que tal vez regocijada).

Lo que anunciaron mis manos y anticiparon mis ojos,
el sabernos conocidos en pasados no lejanos....
se entremezclaron.
¿Quién hubiera presumido un “ya lo vas a conocer, en cierta noche de sueño”?
y que además de saberlo se quemara por dentro rogando que no suceda.
Me regocijo imaginando unos celos nunca habidos,
ni por haber,
pero no importa;
si hubieran sido.

Volviendo entonces, te declaro así mi autor,
fiscal en letras y ladrón de camas,
víctima y acusador.
Lo firmo yo, testigo de movimientos y silencios;
tu cómplice ayer,
cuerpo frío hoy en tu mañana.

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