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Mostrando entradas de 2011

Mar del Plata. Madame Isabella en Bovary.

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Querida Manuelita, cómo estás.   Te escribo ya de vuelta de mi viaje por Europa. ¿Y sabes desde dónde lo hago? Seguro no podrás imaginar… ¡desde La feliz, querida amiga, la ciudad más alegre entre todas! Estoy tan entusiasmada... este lugar es precioso. Noviembre es un buen mes, el clima empieza a hacerse amigo, y hasta es posible ir a la playa y lucir el traje de baño… Ayer, sin ir más lejos, me di un chapuzón en nuestros mares argentinos. ¡Qué anchas son sus costas! Dicen que en el verano el éxito de esta ciudad es tal, que no cabe ni un alfiler. Algo así resulta difícil de imaginar, no sé si dar crédito a tantas habladurías, a veces me pregunto si los periódicos no exageran un poco.          Tuve suerte. Mi llegada coincidió con el cierre de uno de los eventos festivos más importantes que año a año tiene lugar aquí, y que ha mantenido alborotada a la ciudad durante una larga semana. Hasta hace un par de días Mar del Plata no sólo miraba al mar, sino también puertas adentro

Útima carta de Viena. La mirada de Loretta.

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Manuela mía, el viaje está llegando a su fin.             Después de varios días de reposo, Herr Schmidtt finalmente se recuperó. Estoy segura que volverá a las andadas, organizando encuentros y tertulias de las que, con suerte, alguno de sus participantes se acordará al día siguiente. Luego de mi contacto con el ambiente artístico, me atrevo a pensar que la creatividad tiene siempre un precio, y que el talento se paga muchas veces con caras cuotas en el ánimo de quienes lo poseen.               Me he enterado que Loretta, dotada como está para la musicalidad y la escena, camina vagando por las noches en los oscuros barrios de Viena, solitaria, quizás descuidada... Negándome a creerlo (¿cómo puede una artista de su talla llevar una doble vida semejante?) sentí el deseo de saber si era realmente cierto. Aproveché una noche en la que Schmidtt no estaba en su casa, me puse mi abrigo y salí a buscarla. Llegué caminando a la orilla del Danubio. Una mujer estaba parada en el borde, m

La casa del distrito noveno

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Querida Manuelita, cómo estás.        Te escribo todavía desde Viena. Acabo de volver a lo de Herr Schmidtt caminando por el Stadtpark, un precioso parque en el distrito primero. Mientras venía observaba el lago que, como un espejo, refleja las copas de los árboles. Sus hojas muertas caían a mi paso, entre amarillas y rojas, y el suelo parecía estar cubierto con una alfombra dorada. El otoño le cambia el aspecto a Viena todos los días, como un pintor caprichoso agrega y quita colores diariamente en un gastado lienzo.     Querida amiga, ¿sabes de dónde estoy volviendo? Tal vez escribirlo y ponerlo en palabras alivie mis turbios pensamientos… Luego de los festejos durante el concierto de Loretta, Herr Schmidtt continuó durmiendo tres días seguidos, no hubo manera de despertarlo. Tanto fue así que su situación comenzó a preocuparme, y acudí en busca de ayuda. Me habían hablado de cierto doctor que vivió hace un tiempo aquí, en Viena, de modo que me dirigí directamente a su casa

Concierto en Viena

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Querida Manuelita, ¿cómo estás?           Por fin encuentro el momento para escribirte, y lo hago desde Viena, esta preciosa ciudad alzada a orillas del Danubio. Hay algo en su presencia que me recuerda a Praga, ambas formaron parte del Imperio Austrohúngaro, aunque aquella resultaba más dispar y plural, con mayor mezcla de estilos en sus edificios, y un castillo en lo alto que la coronaba, como una corona completa la vestimenta de los reyes.         Viena en cambio es más uniforme, pero no por ello menos atractiva. Su elegancia y prolijidad es tal, que a veces siento estar caminando en la escenografía de un gran teatro que me tiene como protagonista. ¡Oh, el teatro, querida Manuelita! Tal vez hasta tenga la suerte de asistir a alguna función en la Opera, el hermoso edificio que puedo ver en este momento desde la ventana del escritorio en que te escribo. Es que, a través de Madame Cleraux, quién supo tener una gran gentileza conmigo, en Viena me alojo en lo de H

El sueño de Praga

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Querida Manuelita, cómo estás.      Te escribo desde Praga, adonde he llegado luego de una breve estadía en Varese, al norte de Italia, al borde de la frontera con Suiza. No me preguntes cómo ni por qué, pero la vida a veces es así, y te lleva de un lugar al otro como una barca a merced de las olas bravas.       Praga es inmensamente hermosa. Imagina una ciudad hecha de todas las épocas del mundo, atravesada por un río, en cuya ladera oeste se extiende un monte poblado con techos rojos, cúpulas y picos góticos que lo esculpen y escalan. Antes de alcanzar la cima, una fortaleza les niega el paso para proteger lo que guarda detrás. Es que allí, en lo más alto, se extiende el mismísimo castillo de Praga. Su primera imagen (¡y su segunda, y su tercera!) remite sin dudas a los cuentos que cuando chicas nos leía Tía Elena, cuando ella, pobre, aún estaba en condiciones de hacerlo. Parece imposible acreditar lo que ven los ojos. Su simple visión afirma que lo que imaginamos siempre sob