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Mostrando entradas de octubre, 2011

La casa del distrito noveno

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Querida Manuelita, cómo estás.        Te escribo todavía desde Viena. Acabo de volver a lo de Herr Schmidtt caminando por el Stadtpark, un precioso parque en el distrito primero. Mientras venía observaba el lago que, como un espejo, refleja las copas de los árboles. Sus hojas muertas caían a mi paso, entre amarillas y rojas, y el suelo parecía estar cubierto con una alfombra dorada. El otoño le cambia el aspecto a Viena todos los días, como un pintor caprichoso agrega y quita colores diariamente en un gastado lienzo.     Querida amiga, ¿sabes de dónde estoy volviendo? Tal vez escribirlo y ponerlo en palabras alivie mis turbios pensamientos… Luego de los festejos durante el concierto de Loretta, Herr Schmidtt continuó durmiendo tres días seguidos, no hubo manera de despertarlo. Tanto fue así que su situación comenzó a preocuparme, y acudí en busca de ayuda. Me habían hablado de cierto doctor que vivió hace un tiempo aquí, en Viena, de modo que me dirigí directamente a su casa

Concierto en Viena

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Querida Manuelita, ¿cómo estás?           Por fin encuentro el momento para escribirte, y lo hago desde Viena, esta preciosa ciudad alzada a orillas del Danubio. Hay algo en su presencia que me recuerda a Praga, ambas formaron parte del Imperio Austrohúngaro, aunque aquella resultaba más dispar y plural, con mayor mezcla de estilos en sus edificios, y un castillo en lo alto que la coronaba, como una corona completa la vestimenta de los reyes.         Viena en cambio es más uniforme, pero no por ello menos atractiva. Su elegancia y prolijidad es tal, que a veces siento estar caminando en la escenografía de un gran teatro que me tiene como protagonista. ¡Oh, el teatro, querida Manuelita! Tal vez hasta tenga la suerte de asistir a alguna función en la Opera, el hermoso edificio que puedo ver en este momento desde la ventana del escritorio en que te escribo. Es que, a través de Madame Cleraux, quién supo tener una gran gentileza conmigo, en Viena me alojo en lo de H

El sueño de Praga

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Querida Manuelita, cómo estás.      Te escribo desde Praga, adonde he llegado luego de una breve estadía en Varese, al norte de Italia, al borde de la frontera con Suiza. No me preguntes cómo ni por qué, pero la vida a veces es así, y te lleva de un lugar al otro como una barca a merced de las olas bravas.       Praga es inmensamente hermosa. Imagina una ciudad hecha de todas las épocas del mundo, atravesada por un río, en cuya ladera oeste se extiende un monte poblado con techos rojos, cúpulas y picos góticos que lo esculpen y escalan. Antes de alcanzar la cima, una fortaleza les niega el paso para proteger lo que guarda detrás. Es que allí, en lo más alto, se extiende el mismísimo castillo de Praga. Su primera imagen (¡y su segunda, y su tercera!) remite sin dudas a los cuentos que cuando chicas nos leía Tía Elena, cuando ella, pobre, aún estaba en condiciones de hacerlo. Parece imposible acreditar lo que ven los ojos. Su simple visión afirma que lo que imaginamos siempre sob

Carta a mi amiga del alma, desde París

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Mi querida y fiel Manuelita,                                                    ¿ cómo estás? Espero que de mil maravillas. Lo que estoy viviendo aquí no es para menos. París es maravillosa, una ciudad de no creer. Ayer tuve una experiencia de esas que no se repiten en la vida: ¡viajé en globo! ¿Puedes creerlo? Como podría haber imaginado en mi vida que haría una cosa así, nunca pensé que se podría llegar tan alto. Pero así fue. Fuimos con Madame Cleraux, quién supo de la posibilidad a través de un conocido suyo, y sabiendo que yo estaría aquí sólo por unos días no dudó un minuto en consultarme. Querida amiga, vista desde arriba, París es más hermosa aún. El Sena la atraviesa brindándole un brillo y una curvatura especial. La arquitectura de la ciudad puede reconocerse perfectamente, sus callejuelas angostas desapareciendo bajo los techos grises y uniformes, sus barrios irregulares, las avenidas anchas y elegantes que la cruzan en diagonales... Salvo en algunas pocas zonas, sus

0. Punto caramelo

Yo, Isabella Estamos hablando del capítulo número cero. Nuevamente tengo una valija abierta y vacía al costado de la cama. Cada vez que me voy de viaje es el mismo cuento. El otro día, caminando por Santa Fe vi una en un negocio. Verla hizo que inmediatamente me sintiera Isabella Rosellini. Seguí mirando. A través del vidrio me vi con la valija, en algún freeshop del mundo, oliendo a perfume importado. Le sonreía a un morocho alto que estaba por decirme algo, cuando un colectivo lanzó un bocinazo que me obligó a abrir el plano, y pude ver mejor: el perfume era un probador, la valija era la que ahora tengo al lado de mi cama, y yo no era Isabella con mi Samsonite. El morocho me dijo “dos pesos la de maní, tres la de almendra” y como todavía estaba medio atontada dio media vuelta y siguió atendiendo. Pero en todo eso algo había de cierto. Pude reconocer que el aeropuerto era nuestro querido Pistarini, el ministro que nos ve partir limpitos y llegar medio destartalados cada vez que