El sueño de Praga

Querida Manuelita, cómo estás.

     Te escribo desde Praga, adonde he llegado luego de una breve estadía en Varese, al norte de Italia, al borde de la frontera con Suiza. No me preguntes cómo ni por qué, pero la vida a veces es así, y te lleva de un lugar al otro como una barca a merced de las olas bravas.

      Praga es inmensamente hermosa. Imagina una ciudad hecha de todas las épocas del mundo, atravesada por un río, en cuya ladera oeste se extiende un monte poblado con techos rojos, cúpulas y picos góticos que lo esculpen y escalan. Antes de alcanzar la cima, una fortaleza les niega el paso para proteger lo que guarda detrás. Es que allí, en lo más alto, se extiende el mismísimo castillo de Praga. Su primera imagen (¡y su segunda, y su tercera!) remite sin dudas a los cuentos que cuando chicas nos leía Tía Elena, cuando ella, pobre, aún estaba en condiciones de hacerlo. Parece imposible acreditar lo que ven los ojos. Su simple visión afirma que lo que imaginamos siempre sobre los castillos de hadas viene de algún lugar real de este mundo. Y ese lugar es Praga. Pareciera que por aquí han vivido princesas, brujos y hechiceros, y que forman parte de la historia de este lugar. No por capricho escribo sobre ellos, tan ligados a secretos y misterios. Cuando Bohemia, en este reino eran bienvenidos todos los locos y desalojados echados del resto de las cortes de Europa: astrólogos, astrónomos, hechiceros, alquimistas… todos venían a parar aquí, en donde el rey de turno les ofrecía cobijo y protección, siempre dispuesto a creer en ellos y a gastar fortunas en búsqueda de la piedra filosofal, en la transformación del metal en oro, o en adelantarse con pronósticos astrales a un futuro que de todos modos inevitablemente caería sobre ellos. Hoy, la ciudad y sus habitantes siguen afectos a las leyendas y cábalas, sus juguetes preferidos son las marionetas, y si bien son grandes supersticiosos, carecen de toda religión exceptuando el juntarse entre ellos bajo cualquier excusa para tomar cerveza.

      Es que, por cierto, dicen que si en tu paso por Praga no pruebas su cerveza, es como si no hubieras venido hasta aquí. Así, me he animado a probar un poco (¡finalmente! tan lejos tenía que llegar…).Te pido por favor que nada de esto le cuentes a papá ni a Tía Elena, aunque imagino que aún si se lo contaras, ya no está en condiciones de escucharte la pobre… Pero, querida Manuelita, ¡a ti te confieso que la cerveza me ha resultado muy sabrosa! Luego del trago de la tarde de ayer, salí de la taberna a caminar, y me dirigí hacia el Río Moldava. Me adentré en su puente más bello e importante, El Puente Carlos IV, y allí, al momento de caer la luz del día, en medio del paso entre una ribera y otra, y rodeada de turistas que respetando otra superstición local tocan con su mano derecha la estatua de San Juan Nepomuceno para conservar la fidelidad de sus cónyuges, tuve yo también mi propia revelación. Me acerqué al borde del puente y, aferrada fuertemente a la barandilla, miré el curso del Moldava dirigirse hacia el sur. En sus aguas se dibujaba el paso del tiempo, inclaudicable y feroz, que todo lo traga y arrastra consigo, y vi pasar por allí a princesas que soñaron y profesaron una ilustre ciudad emplazada en ese monte llamado Prah; vi reyes idiotas ensordecidos por el poder y la locura echando a perder las riquezas cultivadas por sus predecesores; vi a un relojero construir un precioso reloj astronómico y vi luego cómo los hombres, celosos de la primicia y la exclusividad, le quitaban con pinzas los ojos por haber construido el reloj más bello de mundo para que no fuera capaz de replicarlo; vi una ciudad varias veces inundada por enormes riadas; vi un cementerio con tumbas encimadas unas sobre otras creando napas de vidas enteradas en un mismo pequeño lugar; vi la invasión de un ejército asesino que ocupaba las calles y mataba a mansalva de forma organizada, calculada y perversa; vi una ciudad adentro de otra ciudad con seres iguales a cualquier otro pero encerrados y prisioneros por fuerza mayor sin justificación alguna; vi cómo apenas terminada una guerra un régimen supuestamente amigo se hacía nuevamente dueño durante largos cuarenta y cuatro años de las vidas de los habitantes, y así vi, vi, vi, y seguí viendo, querida Manuela, y tanto fue lo que vi que un sopor me invadió por completo y si no hubiera estado aferrada a la baranda me habría caído yo también por el Moldava junto con todo aquello que se alejaba lentamente de mí, del puente Carlos IV, y de todos los visitantes que seguían tocando con su mano la estatua del santo para conservar la fidelidad de sus amantes.

   ¡Ay, querida Manuela! Todo por tomar un trago de cerveza… con razón Madame Cleraux en París me hizo jurarle que no tomaría. Poco a poco fui recuperando el semblante. El sol ya se había escondido y la ciudad comenzaba a iluminarse con el reflejo de las luces de sus casas y tabernas. Deshaciendo mis pasos, retomé el camino de vuelta hacia el albergue. Y mientras caminaba, a paso lento y todavía con cuidado, pensaba en la fortuna que tenemos de vivir en éste, nuestro pequeño mundo. Saber que sólo se trata de una fantasía mía, una ilusión de mi cabeza inquieta, me tranquiliza enormemente. ¿Te imaginas tú lo terrible que sería el mundo si todo aquello que vi pasar ayer por aquel río fuera cierto?

     Por suerte, desgracia es otra cosa, desgracia es la piel escamada, la gradual sordera y el enorme grano en la nariz que aquejan a la pobre Tía Elena… Cuando puedas, por favor cuéntame algo de ella, que aunque te parezca tonto necesito enterarme de dramas ciertos (aunque no sean del todo buenas nuevas) en vez de seguir imaginándolos… No te rías de mí, sé que lo estás haciendo…

    Te mando un cariño enorme desde esta ciudad de ensueños.

    Tuya,


                                                                                           Isabella


EL RECORRIDO DE ISABELLA

El Puente Carlos IV, atraviesa la ciudad uniendo sus dos orillas.


El reloj astronomico, obra de perfecta ingenieria medieval.


Los techos de Praga, mirando hacia el sur desde la torre del Reloj Astronomico.


Isabella, casual, en la torre del Rejol Astronomico.


Desde la torre, la vision del castillo de Praga.


Los dioses dan una calida Bienvenida a los visitantes del Castillo de Praga.


El cementerio judio, 15 capas y miles de entierros se acumulan en un pequeno espacio en el centro de la ciudad.


Lo macabro y siniestro, presentes.


El bar, das Bar, ip Bar...


Este lujoso edificio en realidad no tiene relieve, esta enteramente pintado.


Comienza a caer la noche durante la bajada del castillo hacia la ciudad.


Vista de la ciudad, desde el camino que conduce del castillo hacia el rio Moldava.


Ya de noche, bajando por la ladera oeste, uno puede encontrarse con esta imagen. Aca, el molino de un convento, que le brinda luz electrica, trabaja durante la noche tambien.


Vista del castillo de Praga, desde el otro lado del rio.



 BONUS TRACK, AKTUALITÄT


Monumento a Kafka, en la entrada del barrio judio.


El muro de John Lennon, cambia constantemente. Expresion de libertad, cualquier persona puede escribir lo que  se le de la gana. Eso lo constituye.


Literalmente, la calle Capuchino.

Comentarios

  1. Isabella querida!! tanto por decir en tan pocas líneas..Praga!! esa maravilla unica partida al medio por el Vltava (su verdadero nombre, Moldava es el patronimico germano..shit)aun da vueltas en mi cabeza.Sus cervezas, sus cafes, sus calles, sus fachadas art-nouveau, sus torres, sus héroes de la resistencia antinazi me persiguen incansablemente.Como dormir sin soñarla?

    ResponderEliminar
  2. Ya no es posible, Monsieur Rosé, dormir sin soñarla. Una vez que se la ha conocido, estamos condenados a visitarla cada vez que cerramos los ojos, para volver a encontrarnos noche a noche justo ahí, en la exacta orilla del Vltava.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

El cuerpo y las palabras

Berlín 2

La Reina