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Mostrando entradas de 2012

Carta de Isabella encontrada ayer en las escaleras de Montmartre, en París

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Querida Manuelita. Te escribo desde París. Qué ciudad, amiga mía. Hoy por la mañana estuve en La Place de la Concorde. La arquitectura de las calles respeta las líneas al punto que sus avenidas podrían servir de reglas para ejercicios geométricos. Desde la plaza, redonda como trazada por un compás, se puede ver a lo lejos, con total claridad, la Torre Eiffel. Si se gira el cuerpo 45º, aparecen Les Champs Elysees, y detrás, perfectamente centrado, el Arco de Triunfo. Dando la espalda en la misma línea, comienzan los Les jardins des tuileries, con el imponente Museo Louvre como telón de fondo. Ese gran recorrido que va desde el Arco hasta el Louvre (unos tres kilómetros aproximadamente, cuya mitad está precisamente en La place de la  Concorde) fue especialmente diseñado para la entrada triunfal de Napoleón Bonaparte –ese enano inteligente, engreído y conquistador- cuando volvía victorioso de la guerra. El obelisco que se alza allí, es uno de sus souvenirs traídos de Egipto, co

Una experiencia temporal

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En el archivo mental de mi infancia tengo guardada la imagen de Holanda como la de un viejo molino de cuatro astas sobre el pasto verde, a orillas de un rio tranquilo en un día soleado. Como imagen total de un país resulta naif y muy reduccionista; pero hay algo en ella que –como en todo arquetipo- tiene su razón de ser. Ayer, luego de un largo paseo, hice sinapsis y me acordé de aquel molino. Antes de referirme a él, tengo que decir -como si se tratara de un adulto que, en ese mismo paisaje, cuenta a tres niñas una historia lejana-: ”Había una vez...”. La noche del 1º de febrero de 1953 una marea enorme, empujada por un viento inusualmente fuerte, sobrepasó los viejos pero resistentes diques de Zelanda y Holanda Meridional, e inundó completamente la costa suroeste del país. La gente se despertaba mojada, a oscuras, incomunicada, y con la poca luz que había veía –o fatalmente dejaba de ver- cómo el agua se llevaba sus casas, muebles, fotos, hijos, perros, cabezas de ganado, y t

Carta de Isabella encontrada ayer en un pasillo del Coliseo, en Roma

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Querida Manuelita, cómo estás. Después de un año de silencio, vuelvo a escribirte. Espero que te encuentres muy bien y que en Buenos Aires las cosas estén mejor que cuando las dejé.  Amiga, Roma es no creer. Ayer me propuse visitar el Coliseo, uno de los mayores monumentos de esta ciudad, que es en sí misma un museo viviente. Lo sabes, siempre fui muy curiosa respecto a la antigüedad y a la vida de aquel entonces, así que bajo un cielo azul y despejado, me dispuse a ir hacia el estadio. Ya de lejos, el edificio se deja ver en toda su magnificencia y esplendor. Sus dimensiones son sobrehumanas, y mientras me acercaba me sentía cada vez más pequeña. Estaba lleno de visitantes de todas las naciones, una verdadera Babilonia. Compré mi ticket y me dejé llevar por el excéntrico guía de turno, un viejo local con mirada penetrante y barba cana, vestido con túnica clara, que con una varilla en la mano nos señalaba las diferentes instalaciones del estadio. El guía, gran conocedor de la h