INTRODUCCIÓN A UN VIAJE
Una noche en
la que no conseguía dormir, escribí durante horas un mail al director de la
Viennale, un festival de cine austríaco, preguntándole si podía ir a trabajar
allí un tiempo. Fue un tiro al aire, un gesto desvelado que se extendió hasta
la madrugada, una posibilidad entre mil de que saliera.
Cuatro meses
más tarde, en su coche destartalado, mi vieja me llevaba a Ezeiza, me
acompañaba al check-in, y me veía desaparecer por la puerta que lleva a
migraciones. Haciendo la fila, ya sola, recuerdo que me pregunté cómo fue que
se me había ocurrido estudiar alemán. La verdad, no lo sabía. Sólo recordaba
que había sido una especie de capricho y que, al momento de inscribirme, dudé
si estudiar alemán o chino, que también tenía cursos gratis de verano en el
Lenguas Vivas. Elegí alemán porque me pareció que quedaba –en varios sentidos-
más cerca. “Si hubiera elegido chino tal vez en este momento estaría en esa
cola” pensé mirando una fila de orientales llenos de perfumes y bolsas de free
shop.
Así nacieron
las bitácoras de viaje. Les quedó ese nombre. El diccionario dice que una
bitácora es cualquier otra cosa (“Especie de armario, fijo a la cubierta e
inmediato al timón, en que se pone la aguja de marear”), pero no sé por qué
desde el primer día llamé así a este diario de viaje, y nunca más pude cambiarle
el nombre. Inclusive mis amigos, los destinatarios de las cartas, aceptaron el
término sin discutir, dando por hecho que se trataba de eso. Cuando leí la
definición me imaginé un armarito en el medio del mar en el que se guardan los
recuerdos y la memoria de lo que acaba de pasar.
Así llegaron
el segundo viaje, el tercero, el cuarto. En ese transcurso también descubrí a
Isabella, un personaje que seguramente me habitó desde siempre, pero al que
tuve que llevar tan lejos para poder conocer.
Tengo una tía
que vive en París, un blog de viaje en el que cuelgo mis fotos, y unos zapatos
de tango que llevé conmigo cada vez que hice la valija y que casi ni usé. Tengo
eso y otro montón de cosas que acumulé a lo largo del tiempo y nunca pude
tirar. Por suerte existe ese armarito imaginario en el medio del mar para
guardar los recuerdos de las cosas que pasaron. El mío es un armario lleno de
palabras. Y yo lo llamé -quizás por única vez usando la palabra en su
definición correcta- bitácora de viaje.
Y voilá este blog lleno de cajoncitos. Pasen y lean...
PD, puede leerse de muchas maneras, salpicadito, clickeando aquí y allá a la bartola. Sepan que también está ordenado por viajes; la opción natural y cronológica sería empezar por el primero. Otra posibilidad es arrancar en el Tercer Viaje, cuando comienza la historia de Isabella...
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